miércoles, 7 de agosto de 2013

UNITÉ D´HABITATION (1956-59) BERLÍN - ALEMANIA

SCHROTTIE. “Unité d'habitation, Typ Berlin”. Febrero 8, 2011. Imagen en línea. <http://www.flickr.com/photos/schrottie/5428224256/>.

EN LAS CONDICIONES DE LA NATURALEZA

Si sólo se nos dijera ‘barras y chimeneas’, se pensaría inmediatamente en modernidad. La imagen más allá de formas, habla de un nuevo estilo de vida para el hombre, uno en el que su necesidad de trabajo dicta su lugar de vivienda, su calidad de vida, incluso del aire que respira.

La modernidad y su forma de habitar prometían que “en ésta ciudad vertical de 2000 habitantes no se puede ver al vecino, ni se puede escuchar al vecino”1, es decir, privacidad e individualidad, además, en cuanto a la agrupación social se habla de un “binomio indisociable de individuo-colectividad” 2. Esta relación entre ambas partes genera situaciones y escenarios que antes no habían sido explorados hasta este punto, en donde convergen variedad de cambios y acontecimientos a nivel mundial que requerían una nueva realidad social.

El arquitecto moderno en su rol de “diseñador”, debió concebir un modo de moldear la sociedad en pro del avance de la misma, ideando así ciudades enteras, en donde el individuo es parte del todo, pero enfatizando que el hombre es el sujeto único de interés; por tal razón se plantean varios modelos en diversidad de campos. Por ejemplo, cómo reducir el intervalo de conmutación del trabajador entre su vivienda y lugar de trabajo para lograr mayores tiempos de trabajo; lo cual fue resuelto con la construcción de aglomerados residenciales en función de la cercanía a las fabricas.

1,2 Fragmentos de la cita de Le Corbusier inscrita en uno de los muros de la Unite d’Habitation en Berlín



Unité d´habitation (1956-59). Berlín - Alemania.



DESCONOCIDO. “Musterwohnung 1958”. Consultado en Octubre 15, 2012. Imagen en línea. <http://corbusierhaus.org/>

CIELOSRASOS LO SUFICIENTEMENTE BAJOS PARA PODER PINTAR EN ELLOS

A pesar de las varias prohibiciones impuestas a Le Corbusier en cuanto a su modelo de vivienda ideal para la Interbau 1  de 1957, tales como el cambio de alturas de todos los pisos o la eliminación los distintos equipamientos sobre la cubierta, que resultaron en un progresivo desinterés por parte del arquitecto, los espacios y distribución original de las células de vivienda fueron respetados, de modo que no se perdiera completamente la esencia de la vivienda.

Dentro de cada célula de vivienda se cumplen las actividades básicas de descanso, en las habitaciones y estar, alimentación en la cocina y comedor, y aseo, con los baños. La disposición de los espacios obedecen a los mismos de los de las unidades de la Unité d'Habitation de Marsella. En los apartamentos de un solo piso, se encuentran cuatro espacios claramente definidos: la cocina, el baño, el estar/dormitorio, y el balcón. En los de dos pisos, existen las mismas cuatro áreas de actividades, pero en diferente organización: la cocina y estar en el primer nivel, mientras que los dormitorios y baño en el segundo.

Esto supuso una nueva forma de habitar, en donde los espacios estaban conectados de tal forma que se pudieran leer como uno solo, generando fluidez y honestidad en el diseño; además la funcionalidad llevada al limite demuestra su verdadero potencial en estas maquinas habitacionales, en donde el individuo desplazado por la guerra de sus tierras de cultivo y pastoreo, vendrá a vivir bajo unos nuevos ordenes sociales, no solo por el hecho de cambiar de ambiente, si no por los dictados por la nueva sociedad alemana post-Guerra Fría.

1 Internationale Bauausstellung o Exposición Internacional de Berlín, inaugurada el 6 de julio de 1957, en el barrio de Hansa, se convirtió en el ejemplo tangible de la modernización de una Alemania moderna y como respuesta a la necesidad de viviendas luego de la Guerra Fría. 


DESCONOCIDO. “Durchreiche”. Consultado en Octubre 15, 2012. Imagen en línea. <http://corbusierhaus.org/ >


MODERNIDAD EN CELDAS AJENAS

– ¿Le importaría no fumar aquí adentro? Aún no he comprado ceniceros; los que he visto son de cerámica; para nada modernos –replico instantáneamente la señora de casa, al verle sacar su estuche de cigarrillos del bolsillo derecho del gabán. El hombre asiente y finge una pequeña sonrisa, lo guarda mecánicamente, y como recompensa le es ofrecido tomar asiento. Obedece de nuevo sin protestar, pero lo hace de mala gana; se deja caer de espaldas sobre el sillón esperando que este ostentoso nuevo mueble ofrezca algún tipo de amortiguamiento, para sólo encontrar que estaba equivocado. – ¡Cielos! ¿Se encuentra bien? –cuestiona la anfitriona como si buscase una respuesta negativa que pudiera dar pie a más interacción. El sujeto previendo que, sin importar cual  fuese su contestación, abriría el camino a un nuevo intercambio de palabras que no estaba dispuesto a mantener, así que prefiere no decir palabra alguna; en cambio levanta sus brazos y, a modo de ironía, mira hacia el vacío que dejan estos al lado de su tronco, como si intentara encontrar pedazos suyos regados por doquier. Ambos parecen olvidar lo sucedido al cabo de la trayectoria de regreso de las extremidades del invitado a su posición de reposo sobre el filo de los descansabrazos de la silla.

El hombre lanza su mirada por el gran ventanal para intentar romper el hilo de pensamiento anterior, aunque sin éxito, pues nota que la tonalidad de color que tiñe el cristal por el que a través mira, es el mismo que del par de gruesas láminas de vidrio paralelas sobre las cuales están anclados el sillón y espaldar de la silla en la que esta sentado. Piensa que en realidad pudo herirse, o aún peor, morir serruchado por diminutos cristales, a manos de un banco forrado en una imitación de pelaje de cebra.

– Es una Denham Maclaren. Todas mis amigas la tienen. Yo fui más inteligente y conseguí ésta con motivos de cebra a mejor precio. Me combina con la alfombra. Ya vengo, la máquina del café ha pitado –escucho el individuo mientras fijaba su atención en una pintura claramente cubista, que probablemente fuese otra copia barata, debido sus trazos afanados que no demostraban la dedicación que una pieza original de éstas ha de conllevar; y que no parecía colgar de la pared si no apuntalada irremediablemente a ésta. 

La robusta mujer, con su disonante voz de contralto, llama al hombre a tomar el café en el espacio contiguo, que no se encuentra separado del anterior por muros si no por el cambio de la altura del techo.  – Yo tampoco se porque esto es tan alto, es un desperdicio de espacio; aunque no importa, se ve muy lujoso –dice la dueña de casa al notar que los ojos de su invitado apuntan hacia el vacío del segundo nivel. El sujeto suspira profundamente y voltea la mirada como si intentase escapar de las palabras que acaban de ser pronunciadas. Demasiado tarde, pues al mismo instante en que salen de aquella boca, su cara cambia de expresión como si hubiese presenciado algo horroroso.

 Espera que no haya notado su reacción, y sin embargo piensa en alguna excusa que le salve de la confrontación. La mujer ni se ha inmutado, toma un primer sorbo ruidoso de la vajilla excesiva e innecesariamente ornamentada, de modo que no permite un sellamiento ideal entre labios y pocillo, resultando en una exacerbante estridencia por acción de la succión. Ambos terminan la taza de líquido, y antes que la señora pueda hablar de nuevo, el hombre se retira de la mesa de cristal teñida de un verde alga e indica que ya es hora. Se despiden. – Salúdalo de mi parte, y dile que venga a visitarme. Tenemos que ir de shopping pues él y yo compartimos gustos –Las entrañas del sujeto se retuercen un poco más al escuchar aquella última parte. Pelea sólo en su mente por un rato, que para él no parece ser largo.

Sale al corredor austero, compuesto en su totalidad por muros, puertas y tubos de halógeno. Uno de éstos últimos parece fallar y parpadea a ratos. Camina unos cuantos pasos hasta llegar a su departamento, saca el llavero del bolsillo del pantalón, inserta la llave y la hacer girar, entra a la unidad, se retira el gabán pero no sin antes sacar su estuche y encendedor. Va hacia el estar y se asoma por sobre el muro bajo, hacia la cocina, para alcanzar el cenicero que esta encima del mesón. Enciende el primer cigarrillo que puede agarrar, le da una buena aspirada y lo retira de su boca con la mano izquierda mientras que con la derecha aún sujeta el receptáculo de desecho cenizas, fabricado en vidrio azulado y con formas orgánicas, probablemente de Aalto.

Prende la radio girando una de las perillas en el aparato y de nuevo se deja caer de espaldas, pero con la confianza que su LC-3 recibirá todo su peso sin demostrar el más mínimo esfuerzo. Las bocanadas de humo que exhala escalan rápidamente el espacio de doble altura, aunque parecen desvanecerse a medio camino pues han pasado del vacío iluminado por los rayos del sol, a donde éstos no llegan. Se levanta y abre una de las puertas de vidrio que dan al balcón para dejar escapar un poco aquella humareda, se asoma y saca la cabeza un poco para darse cuenta que de su apartamento, no es el único lugar en el cual se fuma.


Samuel Bohórquez Rodríguez





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