miércoles, 19 de noviembre de 2014

Casa Ugalde.Caldes d’Estrac- Barcelona, España, José Antonio Coderch (1952)



Alvaro Javier Diaz
HABITAR: UN PROBLEMA DE PERSPECTIVA
"La manera según la cual los Hombres somos en la tierra es el Habitar. Ser Hombre significa estar en la tierra como mortal, significa Habitar", (Heidegger 1951).
Es posible describir la casa Ugalde de José Antonio Coderch, en un primer reflejo de la palabra, como una figura orgánica emplazada en la colina y que se asemeja a raíces salientes de la misma tierra. Pero más que su forma tras la abundante naturaleza atravesando el concreto, en el alma se encuentra un principio fundado en los pilares de la arquitectura moderna. Una arquitectura que se simplifica, saca de sí todo lo que es innecesario y superfluo, y entrega un espacio interior que satisface la necesidad del hombre moderno logrando mejorar su calidad de vida. Esto es un armonioso habitar.
La búsqueda de lo ideal y una mejor condición moral lleva a cambios importantes en la forma de concebir un hábitat. La adaptabilidad   y  la reinterpretación de las nuevas características llevan a replantear un ideal de vida, una solución al problema del ser, de la manera de vivir y de la disposición de un territorio que sufre grandes cambios. “La lucha por la nueva vivienda solo es una escaramuza más de la gran lucha por las nuevas formas de vida”, (Rohe L. 1927).
La arquitectura ha sido inherente al problema social. La sociedad aunque con nuevos aires se ve manchada por los constantes conflictos que marcan el comportamiento del nuevo hombre, un ser que ahora se encuentra rodeado de un entorno nocivo. La posguerra ha incapacitado la libertad del hombre y ha dejado una angustia social; las ciudades se recuperan de manera acelerada y las condiciones culturales, económicas y sociales evolucionan a cada instante. Como efecto de esta masiva carrera la enfermedad resurge, se hace más evidente y los nuevos arquitectos se enfrentan a esta nueva era: el oficio cambia circunstancialmente de dirección. La solución del espacio no es suficiente, la construcción del vacío ahora es lo imprescindible.
Podríamos imaginar aquella escena. En su  consultorio está sentado  Coderch, de mediana estatura, mirada ausente quizás divagando en espacios blanco.   Estando allí espera por pacientes, su vida  se rodea de  problemas que buscan solución.   De figura altiva y bien definida, el color de su cabello da cuenta de los años que han pasado desde que concentró su vida a sanar problemas psicológicos.
Un hombre moderno camina en medio de las calles, el zumbar de los veloces autos influencia su actuar, sus características se hacen cada vez más mecánicas y cada momento se parece más a ruido fuerte, cuadras infinitas, casas iguales, smoke, a la ciudad misma. Las condiciones de su entorno y el denso horizonte proponen una idea, su vivir ha de ser cambiado, ¿pero cómo cambiar lo que constituye su ámbito? O más aún ¿Cómo saber cuál sea la salida? ¿Ha de ser una solución a su manera de pensar o su hacer? ¿Será una solución dentro o fuera? ¿El lugar o sus actividades? las soluciones son infinitas ¿cómo dar sentido? la necesidad se hace visible al querer sentirse seguro en su entorno.
El hombre de pronto bajo el umbral del consultorio golpea la puerta y pide permiso para entrar, en su cabeza el problema. Las palabras no salen aun cuando  su mirada barre todo el espacio. Este consultorio no es el que pasaría por un primer pensamiento, pues éste que sigue sentado allí, el doctor Antonio Coderch, en  vez de un  estetoscopio en su mano tiene un lápiz y sobre su mesa un borrador, que hace las veces de analgésicos, a su espalda un muro atiborrado de rollos de papel de pliego y sobre sí, una gran lámpara. Este médico no cura las enfermedades habituales, más bien soluciona el espacio que habitamos. El hombre pronto plantea sus síntomas, Coderch escucha atentamente cada una de las palabras que salen de este paciente. Empieza entonces a dibujar en su mente un terreno, una colina de gran pendiente y  abundante vegetación (pinos y algarrobos) frente al mar, a unos cien  metros de altura sobre éste. Con el paso del tiempo descubre que la cura para los males de su paciente está en las palabras, su enfermedad al igual que la de muchos es su  habitar.
La casa Ugalde situada en el municipio de Caldes d’Estrac una provincia de Barcelona, España, diseñada por el arquitecto José Antonio Coderch en el año de 1952 se ha convertido en un ejemplo de la arquitectura moderna. La forma auténtica y el cuidado que se tiene en plasmar la idea de una arquitectura orgánica  lleva a plantear simples soluciones, presentadas de manera tan natural que pareciese que el mismo viento hubiese diseñado los espacios. La diferencia entre los cambios de nivel, los vanos que hacen ver desde dentro como si la  luz fluyera y fuese a la vez recubrimiento, el marcado horizonte y el franqueado punto en la cima de la colina, son condiciones naturales que hacen que el proyecto en sí, sea una solución.
La virtud de esta casa está en la interpretación que se hace: la naturaleza hace parte de ella. La casa se  nuclea en el espacio de estancia principal, alrededor del pequeño comedor. Un recinto que actúa como elemento concentrador de los tres espacios que definen la casa, el ala de dormitorios, la gran terraza con piscina y el pabellón de invitados. La inteligente disposición de huecos hace que desde ese espacio central se pueda disfrutar de las mejores vistas del lugar entre las que destacan aquellas que potencian la percepción lejana del horizonte marino desde lo alto.
¿Pero qué Tipo de Solución utiliza Coderch para desarrollar este proyecto? 
Al igual que muchos proyectos de arquitectura, este es demandado por un cliente, la familia Ugalde. En su anhelo por dar forma a su idea, va en busca del por así llamarlo un “médico del espacio”, médico que  pueda plasmar sus pensamientos en una obra de arte. Las palabras escuchadas por Coderch son cruciales, pues en cada frase, en cada idea de su cliente, se encuentra una doble altura o un muro traslucido, un espacio abierto o  uno cerrado, lo natural o quizás artificial.  La relación que se  forma entre cliente y arquitecto comienza a dar forma a este nuevo diseño que evita incluir sonidos altos, estrés, espacios traumáticos. En contraste busca plantear  una arquitectura que sane, que sea blanca, llena de formas que se dejan fluir dentro y fuera de la casa. “La presente fase de la arquitectura es, sin duda, nueva y tiene la precisa finalidad de resolver problemas en el campo psicológico”, (Aalto A. 1940).
En 1940 Aalto se referiría a la necesidad de que la arquitectura se centrara en el aspecto psicológico y no solo en requisitos funcionales o técnicos propuestos desde la “arquitectura orgánica”. La preocupación por la vida del hombre más que por la arquitectura misma no limita  la intención del arquitecto solo a estructuras o disposiciones del ambiente; en lugar de esto da un paso más allá y hace del hombre su protagonista.  Las condiciones del terreno y su entorno natural dan entonces un color diferente a la casa Ugalde. Un lugar despejado en la cima de la  colina que abre su horizonte en 360°; la vista deseada, por un lado el mar mediterráneo y por otro lado el bello paisaje verde de esta provincia Barcelonesa. Una pendiente para desarrollarse en cualquiera de los sentidos, pero ¿Por dónde empezar?
Una rápida solución pudo haber surgido de la mente de este arquitecto tomando como referente a aquel o quizás a este, sin embargo la actividad del individuo es tan libre, que esta debía ser una solución consensuada. El lugar, para este proyecto, da rápidos avances de lo que podría ser lo influyente. La altura del terreno hace que sea una vista predominante, por un lado el azul infinito del mar y por otro lado la villa de Arenye, el clima cálido que sus espacios se presenten abiertos, la privacidad del lugar que se abra libremente en cualquier sentido; la libertad para el diseño de un entorno natural tomando además el ya existente. Soluciones dadas por un terreno que da forma al proyecto, un final que a primera vista da cuenta de esa fusión integra entre la arquitectura y la naturaleza.  Como mencionaría en su libro Amalia Martínez refiriéndose a la simbiosis perfecta entre Arquitectura y naturaleza  “Una entidad  orgánica...en contraste  con esa vieja e insensata agregación de partes…algo grandioso en vez de una colección”, (Martínez A. 2001).
Aquello que sería parte del entorno ahora encuentra un principio, una entidad orgánica, no solo sería  un conjunto más de solidos blancos, el ambiente reclama para sí un espacio lleno de armonía y consonancia, donde los limites se desvanezcan, y la naturaleza no encuentre ni un inicio ni un final, donde no se permita diferenciar el comienzo de la arquitectura o el final de la naturaleza. Aparece entonces una disposición de organizar de manera natural los espacios, más aún, hay algo que trae en su alma esta casa. Aunque a primera vista su sentido orgánico ha de tomar por completo la atención, esta nos habla aún más allá de su forma, la manera en que se dispone una arquitectura que pudiera ser la misma en cualquier otra parte del mundo, aunque no en las mismas condiciones físicas. La universalidad de su lenguaje no se queda solo al manejo de los materiales ni a los estándares de la época. Propone un ámbito que pueda ser el hogar de cualquier individuo como resultado de su particular función. Un lugar de todos, un lugar del hombre en la tierra es el que propone Coderch en su proyecto.
            El anhelo del hombre en la tierra estará enfocado hacia eso que trae paz a su espíritu, y es esa paz la que quiere Coderch inyectar a su diseño, por esto no  niega a sus espacios la inclusión del exterior, por el contrario se despoja de toda cerca, de toda barrera  que impida la diluida  conversación con su entorno y el espacio interior exterioriza la verdad, el habitar ha trascendido, no basándose en la única idea de ocupar un espacio. Propone un sentido  social, la simbiosis se hace y los límites son inexistentes. Inexplicablemente resulta común estar limitados física e incluso sensacionalmente, más estos limitantes son cortados en la casa Ugalde basándose en un principio natural del hombre, su necesidad de paz. “Esto se basa en unas virtudes que los proyectos han de tener por encima de todas las cosas. Puede reducirse a una sola palabra: la obra ha de tener serenidad…. La casa es propiedad de la gente que se pasea, de todos los ciudadanos, y por eso digo que el arquitecto, por encima de todo, ha de dar a las obras una cosa: serenidad”, (Soria E. 1997).
Es un nuevo sentido social, una casa no pensada como unidad. Más bien al igual que su entorno natural habla en un lenguaje agradable a todos, espacios que se abren  para recibir al visitante sin impedir que su esencia sea compartida, no solo una casa para alguien, más bien una casa para las generaciones.
¿Un acto consciente del Arquitecto? 
Al contrario  de  nuestra historia irreal,  las hipótesis de este ensayo nos deja pensar que hay algo de trasfondo que el arquitecto quiso trasmitir, sin embargo los hechos que trascienden en  la casa Ugalde no se detienen solamente en su aporte físico, sino que  van a un sentido social y por eso cabe preguntar ¿cuán consiente era esta idea humanista dentro de su arquitectura? “Continué trabajando con mis convicciones hasta que, de repente, un buen día unos extranjeros dijeron que yo era un arquitecto moderno; era como aquel que escribía en prosa sin saberlo. Continué haciendo las cosas que creía que tenía que hacer, dentro de mis límites”, (Soria E. 1997).
            Aunque con poca información, la casa Ugalde habla por sí sola de aquello que detrás de su majestuosidad hay. Un hombre revolucionario, que aún se adjudica  a sí mismo a hacer cosas que aunque “inconsciente”  las sigue  haciendo;  alguien que pone sus principios morales antes que toda la teoría aprendida, y quizá este sea el punto por el cual su  legado más directo no es crearnos especulaciones, si fue su manera orgánica  o si fue la genialidad preconcebida de sus actos. Más bien nos deja una noción tan trascendente que aun en esta época podríamos tomar su filosofía y al aplicarla nos daríamos cuenta de cuan ideal se hace el pensamiento más que la obra.
Así se llega a una perspectiva diferente de la modernidad, un habitar  que se erige contra la ciudad moderna y sus implementos técnicos. Un intento de no olvidar lo tradicional aparece en esta casa, una búsqueda incesante por la organicidad y la integración con un entorno que al final se logra armoniosamente, como aquella búsqueda heideggeriana de hacerse por un momento a un lado del progreso  una vuelta a una relación más equilibrada con la naturaleza; por un habitar más sencillo más modesto, capaz de establecer una cierta armonía también con nuestro pasado”, (Avalos I. 2014).
Una casa que se hace letras, que quiere preservar su teoría en el tiempo y espacio. Una visión moderna del habitar argumentado desde la vida auténtica, fuera de la ciudad, fuera de toda contención física y espacial. Fuera de la crisis humanista de aquellos días, la casa Ugalde plantea la intención de resolver la angustia de esta época, de no solo ser una casa moderna más, el sentido quizás de dar una solución al futuro o simplemente volver a los orígenes de la arquitectura,  un repensar del nuevo habitar.





Ventanas, Casa Ugalde

Interior

Escalera

Planta general

 José Antonio Coderch
Referencias
Aalto, A. (1940)  La Humanización de la Arquitectura.   The Technology Review   (pp. 14-16).
Avalos I. (2014)  Heidegger en su refugio: la casa existencialista.  En La buena vida. Visita Guiada a las casas de la modernidad. (pp. 59)   Rústica Madrid España.
Coderch de Sentmeant J.A. (1997) Conversaciones con Enric Soria. (pp. 27). Murcia. Colegio Oficial de Aparejadores y arquitectos Tecnic.
Martínez A. (2001)  Arte y Arquitectura Del Siglo XX: Vanguardia y Utopía Social. (Vol. I, pp. 153). Montesinos, Literatura y ciencia, S.L.
Rohe L.M. (1927)  Prologo al Catálogo Oficial de la Exposición sobre la vivienda, organizada por el Werk und, Stuttgart.

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